En el colegio, segundo año de secundaria, en el curso de Educación por el arte, la tarea grupal consistía en elegir una canción, modificarle la letra para un tema libre y cantarla en grupo frente a todo el salón. El uso de instrumentos musicales era opcional.
Hice grupo con los mismos de siempre, Fulano y Mengano, que solo teníamos en común nuestro gusto por la música salsa y el sentarnos en la misma carpeta. En los colegios nacionales era normal que se sentaran 3 en carpetas diseñadas para 2 y que los salones eran de 40 o más alumnos.
El día de la presentación de la tarea nos cogió de sorpresa, el profesor entró al aula y pidió a los grupos que se alisten para la presentación.
Uno a uno los grupos fueron saliendo, unos hicieron sus papelotes con la letra y lo pegaron en la pizarra, otros llevaran guitarras y panderetas, mientras tanto nosotros recién realizábamos las primeras coordinaciones:
Elmo: ¿Y la tarea?
Fulano: No sé.
Zutano: ¡Ya la cagamos!
Elmo: ¿Y ahora?
Fulano: ¿Y si le decimos al prosor para la próxima clase?
“Tienen cero” sentenció el profesor al grupo que en ese momento le tocaba hacer su presentación y no tenían nada que presentar.
Elmo: ¡Tenemos que salir a cantar!
Zutano: ¿Qué vamos a cantar?
Elmo: Cualquier canción
Fulano: Una de “Maelo” Rivera.
Zutano: ¡El nazareno!
Elmo: ¡Esa es muy conocida!, tiene que ser una que no la sepan en el salón. ¡Ahí está!, Dime porqué.
Mengano: No me sé la letra.
Fulano: Yo más o menos.
Elmo: ¡Mejor!, porque las partes que no sepamos le ponemos cualquier letra.
Y rápidamente nos pusimos a tararear y a improvisar una letra, mientras nuestro turno se acercaba.
Llegado nuestro turno, nos echamos a cantar sin más ni más, lo hicimos desvergonzadamente, improvisamos como pudimos, desafinamos con todos sus agravantes. Debió haber sido un espectáculo triste ver a tres improvisados en todo el sentido de la palabra tratando de sonear como el #SoneroMayor “Maelo” Rivera.
Profesor: ¿Qué canción habían elegido?
Elmo: Una de “Maelo” Rivera
Profesor: ¿Y de qué trata su tema?
Elmo: De un hombre que se siente abandonado por Dios.
Profesor: Hay que prepararse mejor.
Nos puso 12 de nota, que para nosotros equivalía a un 20, nos fuimos a nuestros asientos con cara de satisfacción dejando atrás algunas miradas de envidia.